Dispersa como soy –entre la revisión de presupuestos de imprentas y otras minucias editoriales– trato de hallar un momento para elaborar el texto que me invitaron a publicar en La Mula “sobre un tema vinculado a la mujer, desde la literatura u otro arte”. Me decido por “otro arte”, pues pienso que desde hace décadas han sido múltiples las estrategias creativas –en no pocas ocasiones transdisciplinarias– a las que hemos recurrido para expresarnos escritoras, teatreras, artistas mexicanas, y colectivos de mujeres activistas de mi país.
Maris Bustamante –artista visual que acuñó el término formas PIAS para referirse a performances, instalaciones y ambientaciones–, a principios de los años ochenta repartió trescientas máscaras con su fotografía como La Mona Lisa con un miembro viril en lugar de nariz, que se levantaba con un tira metálica. En la performance titulada El pene como instrumento de trabajo, detrás de las máscaras las voces femeninas coreaban una canción de Nina Hagen. Con jocosa ironía, la pieza ponía en jaque el concepto freudiano “envidia del pene”.

Maris Bustamante.
El pene como instrumento de trabajo .
En 1984, a partir del taller de arte feminista impartido por Mónica Mayer, las agrupaciones Tlacuilas y Retrateras, Polvo de Gallina Negra y Bio-Arte celebraron en la Academia de Arte de San Carlos La Fiesta de quince años: “Durante meses realizamos toda una labor para involucrar a distintos miembros de la comunidad, desde los vecinos de la colonia, hasta artistas, críticos y a los medios. El día de la fiesta, a la entrada de la Academia, la Victoria de Samotracia recibió al público vestida de quinceañera entre nubes de hielo seco”, recuerda Mayer. De esta forma, cuestionaban críticamente el carácter de dicha festividad. Las damas de honor de la quinceañera eran artistas con atuendos confeccionados por ellas: la crinolina del vestido con huellas de manos masculinas y algún cinturón de castidad, elementos alusivos al acoso y a la represión impuesta a la sexualidad, y al deseo femenino.
En 1997 la exposición Yo es otro de Mónica Castillo, itineró por Latinoamérica. La muestra estaba conformada por una serie de autorretratos al óleo, fotografías manipuladas, valijas y piezas bordadas. En uno de estos, la artista –desprovista de pudor– se representaba con los poros abiertos y la piel enrojecida. Destacaba en el conjunto una secuencia de fotografías que Castillo había modificado digitalmente. Partía de un mismo autorretrato que alteraba de acuerdo con la descripción que había pedido hacer a miembros de su familia o personas con las que trataba cotidianamente: su pareja, su papá, su hermana, su asistente y la chica que realizaba el trabajo doméstico en su casa. El resultado era sorprendente, cada retrato de la artista iba cargándose de rasgos y características de la persona que Ia describía. Así en la fotografía modificada a partir de lo dicho por su padre, Castillo parecía una mujer mucho mayor, y en la manipulada en atención al "retrato hablado" que aportó la chica de servicio se evidenciaba una gestualidad típicamente zapoteca. Un ejercicio sin duda inquietante que incluía además un autorretrato a base de restos de uñas de la artista, una obra realizada con las improntas de sus dientes y otros fragmentos de su rostro impresos en piedras, y unos panes con la forma de su cara, que los visitantes/comensales podían tomar en una sui generis "repartición de los panes".

Mónica Castillo. Yo es un otro
La condición de “lo nacional”, la problemática de la migración ilegal, la trasnculturalidad indígena, los feminicidios, la amenaza en los espacios domésticos, la madre como principal proveedora, la violencia generada por el narco y el sicariato, son temas que han estado presentes en el quehacer artístico de investigadoras y creadoras. Basta recordar Heavy Nopal, pieza de teatro cabaret de Hastrid Hadad; de Laura Anderson el proyecto Transcomunalidad; la instalación A mitad del camino formada por una serie de reproducciones de la Tlaxoltéotl, deidad precolombina que los migrantes de manera espontánea recogían como amuleto, de Silvia Grüner, en la barda fronteriza entre San Diego y Tijuana; Mientras dormías, pieza que Lorena Wolffer dedicó a las mujeres muertas de Ciudad Juárez; así como Mesa ser-vida y La madre Partri@ y sus hij@s, instalaciones de mi autoría, exhibidas en Caracas. La última constituida por piezas bordadas –a manera de exvotos– para exorcizar la violencia que la "guerra antinarco" exacerbó, en muchos casos, con saldos de víctimas inocentes.

Gabriela Olivo de ALba. deLa madre Partri@ y sus hij@s

Laura Anderson. Transcomunalidad
Entre la agenda programática de colectivos de creación, cabe destacar La lleca –proyecto de intervención artística social– que desde hace una década desarrolla la activista cultural y artista Lorena Méndez con varones presos en cárceles de la Ciudad de México, ahondando, con ellos, en temas feministas y de género.